Nuestra reflexión

La crisis que estamos enfrentando ha llevado a las personas a pedir y, a las autoridades, a dictar leyes para enfrentar situaciones originadas por la pandemia que estamos sufriendo.

Como siempre, la aplicación de estas normas ha generado debates, controles y opiniones de todo tipo.

Algunas de las preguntas que surgen son: ¿Por qué necesitamos leyes para regular materias que son de “sentido común”? ¿Es necesario dictar leyes que nos obliguen a usar una mascarilla para evitar el contagio del virus mediante las gotas de saliva que expulsamos al hablar, estornudar o toser? ¿Es necesario controlar el cumplimiento de las disposiciones sanitarias y castigar su desobediencia? ¿Es necesario definir, controlar y castigar los abusos de los que se aprovechan del pánico?.

La experiencia demuestra que sí es necesario porque, a pesar de que el sentido común permitiría a cada persona asumir las conductas y actitudes necesarias para enfrentar esta emergencia, aquel viejo aforismo que dice: “el sentido común es el menos común de los sentidos”, es cierto.

Una de las causas de este fenómeno es atribuir efectos mágicos a las leyes. Estas por sí solas no resuelven nada sólo definen, prohíben y castigan determinadas conductas/acciones. En general somos víctimas de las circunstancias porque no pensamos antes de actuar y nos cuesta responsabilizarnos de lo que hacemos y eso nos lleva a culpar a la mala suerte, destino, etc.

En nuestro artículo anterior, recomendábamos prepararnos para tomar conciencia de donde estamos parados, tomar acciones de control de daños y reemprender la marcha. Porque ésta es y será la principal tarea de las gerencias y, particularmente, de los gerentes de RRHH ya que son los custodios del “sentido común” en la gestión de personal.

Nuestra recomendación

El “sentido común” implícito aquí, es que si bien es cierto que el control que podemos tener sobre las situaciones del entorno es restringido, limitado e insuficiente; también es cierto que tenemos el 100% del control sobre lo que nosotros podemos hacer en respuesta a dichas situaciones. Si somos proactivos, analizamos las situaciones, desarrollamos y elegimos opciones, evaluamos sus efectos y tomamos acciones conducentes; no seremos victimas porque tendremos las riendas, la convicción, la actitud, responsabilidad y compromiso para resolver desde la razón.

La proactividad implica dejar un espacio entre estimulo y respuesta. En ese espacio reside la libertad para elegir el camino, calcular riesgos, administrar consecuencias y convertir los errores en instancias de aprendizaje.

Las leyes, normas, protocolos, etc. jamás podrán reemplazar al sentido común; solo pueden proporcionar un referente que será válido mientras sea conducente y apropiado.  El “sentido común” tiene el sello de la reflexión, del análisis y la flexibilidad para corregir rápidamente el rumbo frente a las emergencias o imprevistos. Siempre nos llevará por el camino que elegimos libremente. Nos enseñará a madurar y a ser más responsables.

La tarea es estudiar la norma para entenderla, aplicarla y solicitar su excepción si la situación lo amerita. Para eso se requiere: “mapear” la situación a fin de funcionar como una brújula que nos guíe por el camino del respeto, la colaboración y el amor al prójimo, a la luz del sentido común.

Recomendamos leer esta ley cuidadosamente porque es un fiel reflejo de lo que planteamos en este artículo. Durante esa lectura podrán comprobar que la mayor parte de las disposiciones son de sentido común y que con el afán de cubrir toda posibilidad de abuso y ser políticamente correctas sin caer en inconsistencias.

Ninguna norma podrá cubrir en detalle todos los aspectos de una situación, por eso éstas deben establecer criterios generales que dejen espacio a la aplicación del sentido común y tengan una forma simple de resolver conflictos sin caer en “tinterilladas. El aprendizaje obtenido, le permitirá instruir a su equipo y capacitarlo para aplicar el “sentido común” y simplificar la toma de decisiones.

Un ejemplo de la importancia de este concepto es el semáforo.  En otras culturas, cuando hay congestión en un cruce los conductores se turnan para cruzarlo en forma alternada y en otras (la mayoría) se necesitan los semáforos.