El Gobierno se ha comprometido a tramitar la reducción de la semana laboral a 40 horas, concepto que se irá incorporando paulatinamente a una tasa reducción de una hora cada año.

Según los datos de Clockify.me, históricamente, la jornada laboral teórica (total horas anuales divididas por 52 semanas) siempre ha mostrado promedios inferiores a 40 horas semanales; con la sola excepción de la a época de la revolución industrial en los que llegó a niveles de hasta 70 horas semanales [1].

Para calcular la jornada semanal promedio real, es necesario descontar las vacaciones, los feriados que caen en día hábil y el ausentismo promedio (permisos pagados y licencias por enfermedad).

La propuesta del gobierno implica disminuir de la jornada anual (teórica) de 260 horas anuales a 2.080, lo que equivale a un 11%.

El tema que debe interesarnos no es la cantidad de horas laborables, si no la productividad de éstas. Para medirlo, se calcula dividiendo el PIB por la cantidad de horas efectivamente trabajadas. El promedio de los países OCDE es de US$ 56,4 por hora y, en Chile, US$ 26,4 representando un 47% del promedio OCDE [2]

Las reducciones de jornada, manteniendo el sueldo, requieren un aumento de productividad equivalente para compensar su impacto en el costo de producción que tarde o temprano se traspasará al precio generando a una serie de efectos importantes de considerar.

El aumento del costo de personal, obliga a buscar formas de evitar su impacto en el margen bruto. La restitución del punto de equilibrio se puede lograr reduciendo el personal, no esencial, reemplazándolo por opciones de menor costo como la externalización tareas o automatización de procesos.

A nivel global, esto implicaría lo siguiente: aumento de la presión inflacionaria, contracción de la demanda de personal, aumento de la cesantía, etc. Todo esto afectará al segmento menos calificado que se verá forzado a migrar al sector informal o a desempeñarse en alguna actividad adicional con lo que paradojalmente terminará trabajando más horas que las que antes de la reducción de la jornada.

Por otra parte, la pandemia forzó la ruptura del paradigma del trabajo presencial y obligó a desarrollar otras formas de trabajar que hacen difícil el control horario rompiendo, de paso, el paradigma de la jornada laboral y la obsesión de esas jefaturas que vivían pendientes del presentismo del personal y no de su productividad.

El teletrabajo ha ido migrando hacia el control por logro de objetivos, que es lo que siempre se debiera haber controlado. Hoy las personas saben que deben entregar sus tareas en tiempo y las jefaturas han podido constatar que ha mejorado el cumplimiento.

En virtud de lo anterior, aquellas empresas que logren encontrar maneras de compensar el mayor costo laboral, con una mayor productividad, continuarán operando; pero aquellas cuya naturaleza las obliga a trabajar en turnos deberán incrementar su dotación y reajustar el precio de sus servicios. En este contexto, podremos esperar impactos en los costos de la minería, servicios hospitalarios, generación de electricidad, agua potable, abastecimiento de gas, transporte, etc.

Lo invitamos a preguntarse que tan preparada está su empresa para enfrentar esta situación.

En MRHR Consulting, tenemos experiencia en estudios de racionalización de dotación y procesos. Podemos ayudarlos a identificar y aplicar soluciones para mejorar la productividad de sus equipos de trabajo.

[1] https://clockify.me/working-hours

[2]https://read.oecd-ilibrary.org/economics/oecd-economic-surveys-chile-2021_79b39420-en#page14